La incapacidad del costarricense de deleitarse en sus debates o encontrar la belleza en la polémica y en el intríngulis sobre qué es bello y qué no, qué es mejor y qué es peor, qué merece premiarse y qué no, lo veo como un desprecio al diálogo mismo, un desprecio al arte de pelearnos el terreno de lo que más importa.
Tal vez esta sea la trampa de Dostoyevski, quien nos hace sentir compasión por un monstruo, a quien presenta como un hombre sensible que con humor y amor nos lleva de la mano a recorrer el infierno, la pestífera atmósfera de una cárcel inclemente, el tedio, los tiempos muertos, el frío glacial, el hospital, el resentimiento de clase experimentado entre los presidiarios pobres y los nobles, el odio empozado, las riñas a puñal, los castigos ejemplarizantes y salvajes.
En El marido de mi madrastra, Aurora Venturini nos deja en evidencia que a Borges aún le hizo falta un paso para mostrar las últimas consecuencias de su máxima. Al leer esta colección de cuentos, nos sentimos como el protagonista de There Are More Things al ver esos extraños muebles. Pero no es el menaje lo que sentimos ajeno en los cuentos de Venturini, sino algo más fundamental, más omniabarcante: el lenguaje.
Yo no preño a nadie. Mi filia no es la del padrote en la pocilga (y que conste: no le llamo despectivamente ‘cerdo’ a Deleuze, sé que no se enojará, no quien reconoció su y nuestra condición de larvas; por el contrario, abrazo y aplaudo a mi colega sofófilo).
Quizás sí deseamos confundir el amor con el vínculo, quizás porque nos imaginarnos diluyendo la diferencia, al fin. Pero la alteridad no es superada en el amor, es del todo insuperable. Tu modo de encontrar el mundo y gesticular la experiencia, la metáfora de tu otredad es lo que inspira mi contemplación.
Todo eso empezó a girar por mi mente cuando vi las fotos de esta pequeña señora con grandes anteojos y mirada risueña y orgullosa, acaparando unos momentos de importancia muchos años de años después de que su vida atravesara eventos y peripecias sin que nadie tuviera aún el afán de prestar atención a tal recuerdo, como si estuvieran esperando simplemente a ver quiénes llegaban al final, a los últimos diez; es ahí donde se vuelve emocionante.
Si alguien ha escrito unas memorias de forma magistral, ese ha sido el filósofo Claudio Gutiérrez. Su logro es tan eximio que me atrevo a colocarlo a la altura de las mejores exposiciones del género autobiográfico del que tengo conocimiento.
La imagen, sin duda, es muy potente: un indefenso pasajero acorralado por un insecto que tiene miles de años de habitar el planeta; encerrado, además, en la oscuridad de un autobús que embiste los peligros de una carretera que la neblina borra a grandes mordiscos.
Iré contrasentido y diré que la existencia es Caos. Que Eros es aquel impulso ordenador, la interpretación. Y Cosmos, la comprensión -o, aun mejor- un círculo de sentido.
John Lennon / Plastic Ono Band es el mejor álbum de Lennon, el mejor álbum de un beatle solista, el mejor álbum de 1970 y uno de los mejores álbumes de todos los tiempos. Grabado entre los estudios Ascot y Abbey Road, contó con la colaboración de Yoko Ono en la coproducción, labor que en parte también asumió Phil Spector, quien a su vez se encargó de las mezclas finales.
La dirección de la investigación científica complementada con una rigurosa reflexión de su historia conceptual sugerida por Agre no es precisamente el enfoque mayoritariamente practicado. Su contribución científica es honda porque no pretendió llevar a cabo un análisis filosófico de la inteligencia artificial con tintes fenomenológicos, sino intervenir en la misma investigación cognitiva oponiéndose a una serie de presupuestos de raigambre filosófica que se daban por sentado.
A veces uno sabe qué escribir y que no. A veces uno tiene cosas que decir, y a veces no. Cuando tenemos que decir algo que es muy importante, las palabras son débiles y miserables. No nos aman. Nos desprecian por ser tan irracionales.
Más que recuerdos, lo que tengo es la imagen del recordar mismo: cosas sueltas, fragmentadas, faltas de una narración que las termine de coordinar. Escombros bajo las cuales esperamos que algo siga aún con vida.
The Blazing World (el de Hustvedt, no el de Cavendish) es un libro que logró descolocarme y por mucho tiempo no supe exactamente por qué, ya que el libro está plagado de temas llamativos para mí (género, arte, literatura, etc…).
En un partido podemos tener al villano, al héroe, al mentor, al trotamundos y hasta al embarcador. El mismo desarrollo del cotejo nos deja intuir arcos narrativos como la vendetta, la redención y hasta el regreso a casa.
Ahora tomaré una idea prestada y escribiré un pequeño testimonio, o una pequeña carta, acerca de lo que Mabel dejó como huella en mi vida durante unos breves, pero significativos años.
Cabe pensar en triunfos pretendidos, en victorias que no son más que derrotas definitivas, donde la gesta en cuestión no se trataba, al fin y al cabo, del juego más decisivo. Por ello, la lentitud y el caminar nos instruyen, en tanto categorías sobre todo éticas, acerca de una forma de concebir la existencia que imponen el ritmo adecuado para trazarnos nuestra propia senda.
Sentado solo, cerca de la barra, escuché a varios comentar el asesinato. Me quedé en silencio. No comenté al respecto. Me quedé pensando en aquella entrevista que nunca transcribí.
Pero he de decir que, si para Kierkegaard la superioridad de el “Don Giovanni” de Mozart estaba por encima de cualquier otra obra musical, es justo intentar defender, asimismo, que el Mall San Pedro está por encima de cualquier otro mall, sin discusión, para cualquier época.
Traducir, para mí, es un arte adivinatorio. Desconozco el inglés, idioma con el que trabajo, y de igual forma, no estoy familiarizado con las técnicas de traducción de los profesionales.
¡YO! El pronombre personal de la primera persona convertido en interjección es hoy quizá el mayor elogio que recibe la forma imperante de imagen en la contemporaneidad: el meme.
Siempre creí que la imagen de una mujer mayor y sola, sentada a la misma hora en esa mesa con cinco sillas vacías, era de una potencia abrumadora.
“Cómo han cambiado las cosas” —le comenté al mesero al pagar. Él solo murmuró algo incomprensible, torció la boca y desaprobó con su cabeza todo lo que pasa.
Fue gracias a uno de esos encuentros fortuitos que acaecen en aquellos eventos en una ciudad antigua donde se reúnen mínimo trescientas personas y todos tienen algo que decir sobre algo.
Yo siento que mi cuerpo de hombre es mío. ¿Sienten las mujeres, en la misma medida, que su cuerpo es de ellas?
Quizá es que no estábamos listos o ignoramos todas las señales que anunciaban el inevitable declive de nuestros ídolos.
Hace tiempo no me dedicaba a leer por gusto. La escritura de artículos y proyectos ha consumido buena parte de mi experiencia pandémica. Y si he tenido la ocasión de leer algo, por lo general es una lectura ejecutiva; un skim and scan que rara vez coincide con el goce que se requiere para conversar con los textos que leemos.
Soy un hombre de hábitos fijos. Si un libro me gusta busco otros del mismo autor; con algunos novelistas y con dos o tres filósofos me pasó que agoté todo lo que ellos publicaron. Nunca había visto una película de Bergman, sabía de su nombre, claro, su fama.
Hay amores intelectuales que no me parece indigno justificar, porque parte y parcela de pensar no es solo atacar aquello que repudiamos, sino también patentizar nuestras filiaciones.
Si en algún momento nos pusiéramos a pensar en lo contenido en un grano de arena, entenderíamos finalmente que es la prueba del tiempo, del cambio y, a su vez, de la eternidad.